¿Qué pasaría si el amor verdadero existiese? Es una premisa tanto esperanzadora como aterradora. La idea de que otra persona pueda entregarse a nosotros sin reserva alguna es sin lugar a duda reconfortante (con un amor genuino, blindado contra el desgate de la cotidianidad y la corrosión inevitable del tiempo), pero las posibilidades de pérdida o de consumación incompleta resultan demasiado escalofriantes para afrontar. Ante este océano de humanidad y de culto a lo inmediato, la existencia de un amor único y verdadero para cada uno de nosotros cae en esta dualidad tan extrema y tan peligrosa. Pocas obras logran plasmar esto con maestría, sin caer en aquellos extremismos que idealizan o condenan el amor. El Secreto de sus Ojos logra todo eso y más, para presentarnos una combinación de pérdida personal, venganza y amor, enmarcada en un contexto de quebranto político y social que rivaliza fácilmente con La Insoportable Levedad del Ser de Milan Kundera. Al igual que el clásico del exiliado autor checo, El Secreto de sus Ojos es una historia de seres humanos comunes que tratan de encontrar el amor (o afrontar su pérdida) en un entorno de crisis y quebranto. Pero esta no es la Primavera de Praga, es la Argentina de la primera mitad de la década de los 70, aquella que se enfilaba inevitablemente hacia el abismo de la dictadura militar (instaurada el 24 de marzo de 1976). Los protagonistas de este film, que mezcla la novela negra con el thriller hollywoodense, la comedia con el drama político y una infinidad de elementos más con excelsa maestría, son: Benjamín Espósito (interpretado poderosamente por el consagrado Ricardo Darín de Nueve Reinas y El hijo de la Novia) un detective retirado de una Corte porteña, atrapado por una añoranza del pasado que no lo deja ir; Irene Menéndez (Soledad Villamil) una bella y refinada juez proveniente de la clase alta bonaerense; Pablo Sandoval (Guillermo Francella) burócrata y borracho, único amigo de Espósito y uno de los personajes más memorables de la película; y Morales (Pablo Rago) un joven enviudado que en vez de buscar una muy justificada venganza es movido por un afán inamovible de justicia. Todos estos personajes contribuyen con sus intrincadas relaciones para crear una realización poderosa, tan llena de ilusión como de desesperanza, de la fantasía más alucinante con la realidad más cruda. El sustento de la película es la obsesión del detective por dos hermosas mujeres: su jefa Irene y una joven asesinada y violada brutalmente. En una de las secuencias mejor realizadas de la película Espósito se dirige a la escena del crimen quejándose contra su indebida asignación al caso, cuando de pronto el plano secuencia finaliza en un rotundo silencio en el momento que el protagonista se topa el cadáver de la chica. Su mirada de repudio y tristeza se mezclan con una de profunda sorpresa para demostrarnos que Darín es uno de los actores más talentosos de toda nuestra región. Desde ahí el director deja algo claro: el detective no podrá sacar a esa mujer de su psique como tampoco puede con Irene. El Secreto de sus Ojos está repleto de miradas que dicen más que todas las palabras jamás escritas. El repudio, la desilusión, el enamoramiento envenenado por la peor locura son todos diálogos en silencio que los personajes sostienen con sus miradas. El momento más magistral se da en el estadio de Banfield el Florencio Sola, donde el director Juan José Campanella filma en una toma aérea a los casi 40 mil espectadores que rugen a la cancha, seguido de un plano secuencia en el abarrotado inmueble que nos recuerda el placer de apreciar el cine. Este clásico, al igual que con There will be blood, es un océano de matices de los cuales el espectador puede armar su propio collage y hacerlo suyo. Es una película humana y, como nosotros, contradictoria. La esperanza más desbordada choca con la frustración más profunda, los momentos de euforia en la vida de los personajes se ven embestidos por sus dramas personales. Pero a pesar de estas colisiones nunca permite que el delirio y la decadencia se impongan a la esperanza.
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martes, 8 de junio de 2010
El ruidoso silencio de nuestra mirada
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