En su libro Middle East Illusions, el lingüista convertido en analista del MIT Noam Chomsky afirmaba que los bloqueos económicos (en su forma más moderna) era un arma contraproducente utilizada por las potencias occidentales. Y la premisa del rebelde sin pausa se sustentaba en una lucidez casi inagotable: argumentaba que los bloqueos empobrecían a las poblaciones de países oprimidos, fortaleciendo a la cúpula dictatorial y dándole una fuente muy sólida de legitimidad. Los ejemplos históricos abundan: el bloqueo sobre Cuba ha perpetuado a los Castro en el poder, permitiéndoles desviar toda su ineficacia, autoritarismo y corrupción de su economía totalmente estatizada (entre el 75% y el 90% de su Población Económicamente Activa –PEA- trabaja para el Estado) hacia el bloqueo impuesto por Estados Unidos en octubre de 1960. Los resultados están ahí y hasta un ciego podría verlos: migración masiva, un mercado negro rapante, una nación en bancarrota (35% de la economía desapareció entre 1983 y 1993 tras la pérdida de los subsidios soviéticos) que vive en una suerte de apartheid igualitario en la que los turistas reciben un trato preferente sobre los locales y 51 años de dictadura. El también llamado embargo ha sido el principal sustento discursivo de la dictadura en la isla caribeña, convirtiéndose en uno de los factores predominantes de cohesión social entorno al régimen. Además de anacrónico, el bloqueo ha dado resultados diametralmente opuestos a los planteados por Estados Unidos. Algo similar y a la vez muy diferente está ocurriendo en Gaza. En 2006 los casi millón y medio habitantes de Gaza, en un ejercicio puramente democrático, eligieron a Hamas como su partido gobernante. Hamas es un movimiento político- religioso que se niega a reconocer al Estado Judío en tierra santa musulmana. Sus fines políticos se entrelazan con sus brazos armados clandestinos. Como respuesta el gobierno de Israel y, riesgosamente, el de Egipto impusieron un bloqueo sobre la pauperizada zona cuya extensión es de apenas cuarenta por diez kilómetros en 2007. El objetivo primordial era debilitar al joven gobierno palestino pauperizando a su ya muy castigada población (en 2009 el desempleo rapante del diminuto territorio ubicó a Gaza en el lugar 188 de un total de 200 países, con tasa de desempleo de 49%; 8 de cada 10 habitantes de Gaza depende de ayuda internacional para su supervivencia). El resultado, como con Cuba, ha sido uno muy distinto. La reciente reacción desmedida de Israel ante una flotilla humanitaria dirigida a Gaza ha detonado un debate sobre el fracaso del bloqueo y de la actitud de Israel ante su sinuoso conflicto con los palestinos. Pero primero debemos explicar mejor cuál es la situación de la elección de Hamas en Gaza y sus implicaciones geopolíticas.
Parece que la decisión de elegir a este movimiento islamista fue fundada en la necesidad de sacar a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y su brazo político Fatah del poder, que tras varios años gobernando se habían convertido en una elite política profundamente corrupta. Pero occidente no entendió eso. Temiendo una obvia radicalización antisemita de los nuevos gobernantes palestinos, las potencias de Europa y Estados Unidos no tardaron en imponer embargos comerciales y de ayuda humanitaria, lo que pauperiza aún más al pueblo palestino y lo orilla cada vez más a apegarse al islam más fundamentalista. Una encuesta aplicada en Gaza en 2007 demostró que la percepción mayoritaria creía que era viable llegar a una resolución pacífica del conflicto (ésta aumentó de 34% en junio de 2006 a 44.9% para marzo de ese año). Vale la pena mencionar que la OLP encabezada por Yasser Arafat, renunció a la vía armada hasta 1988, cuando se ofreció a reconocer la existencia de Israel tras varias décadas de enfrentamiento inútil. La elección de Hamas no fue un movimiento colectivo hacia la radicalización, se fundamentó en el hartazgo por una elite política corrupta pero que estaba a favor de los Estados Unidos y a aceptar la existencia de una nación judía en Medio Oriente. He aquí todo un dilema para la política democrática liberal predicada por occidente: Hamas fue electo democráticamente en las urnas, ha ofrecido un alto al fuego a condición de que Israel vuelva a sus fronteras originales pero jamás ha ofrecido reconocerlo. ¿En qué medida el mundo debe respetar aquella elección que fue democrática pero que a su vez llevó a un movimiento radical que no está dispuesto a reconocer a Israel? Castigar a los palestinos por posicionarlos en el poder definitivamente no es la respuesta, en especial si eligieron por medio de un proceso democrático, lo que resulta todo un acontecimiento en el mundo musulmán de hoy. El hecho es que con su elección, Hamas se ha unido a Hezbollah y a Irán en la lista de actores influyentes que buscan la destrucción de Israel. Esto complica aún más la situación y limita a las partes a optar por las acciones bélicas sobre las políticas.
miércoles, 16 de junio de 2010
El bloqueo en Gaza [I]
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