Liberté, égalité, fraternité… los tres pilares ideológicos de una de las revoluciones que más impactarían la historia europea y la de todo occidente. El problema es que en la Francia de finales del XX estos tres ideales se quedaron en el mundo de lo intangible para no plasmarse en una sociedad asediada por la disparidad, la exclusión y la xenofobia. De eso trata la película La Haine(El Odio) dirigida por Mathieu Kassovitz, una de las realizaciones más representativas del género de películas banlieue, los barrios marginales en los suburbios de las grandes ciudades galas. La historia comienza en la mañana tras un disturbio en el cuartel de policía local detonado por la detención de un joven árabe de la comunidad. Los protagonistas son tres amigos de distintos orígenes étnicos que están unidos por su odio a la autoridad: Vinz (interpretado poderosamente por Vincent Cassel), un resentido e impulsivo chico judío, Sayid (Said Taghmaoui) un reflexivo joven de origen argelino y Hubert (Hubert Kounde) un idealista dealer de origen africano con aspiraciones a boxeador. Estos protagonistas representan una trinidad de las facetas humanas sacadas a flote a raíz de la exclusión: Vinz es volátil y sueña con matar a un policía, Sayid es realista y ha asumido que los cambios que mejorarían su vida y la de su gente aún se vislumbran muy distantes y Hubert es un soñador que le obsesiona la idea de escapar de su barrio y su marginalidad. A pesar de estas posturas, la sombra de la falta de un futuro desborda durante toda la realización, recordándonos además del fenómeno global de la exclusión y la disparidad urbana que no afecta sólo a los países pobres (ver artículo). Y luego están las contradicciones. La exclusión siempre trae consigo una voraz necesidad de innovación y un imparable oleaje de creatividad. La historia se desarrolla a lo largo de 24 horas en la vida de estos jóvenes, rodeados por las artes urbanas del grafiti, los B-boys y el hip hop. Kassovitz, apegándose a su herencia cinematográfica francesa, no escatima en darnos momentos de absoluta brillantez y belleza. La muerte de uno de los jóvenes del barrio se conmemora con una secuencia épica en la que los habitantes lanzan un alarido a los cielos galos apoyados por los beats unos Djs apostados en los conjuntos habitacionales. Para ello el director eleva la cámara para darnos un momento de crescendo que roba el aliento. Sin embargo estos nichos de esperanza nunca pierden de vista el tono crítico de El Odio, cuyo objetivo es demostrarnos como en la sociedad francesa la inequidad y la exclusión son problemas tan reales como lo son en México o Brasil. Además otorga una explicación prácticamente antropológica (en ficción claro está…) de los disturbios que azotaron a las metrópolis galas hace unos años. El decil más alto de la sociedad francesa concentraba el 44% del ingreso nacional en el año 2000. Y esta película nos aproxima a la infinidad de implicaciones que esa cifra puede tener sobre un segmento de la sociedad y su juventud.
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