¿Cuál fue la sangre del siglo XX? ¿Qué fue lo que le dio vida a un siglo contradictorio, lleno tanto de infamias como de avances? El director Paul Thomas Anderson nos da una respuesta en forma de un clásico cuyos matices son prácticamente infinitos: There Will be Blood. Esta película nos cuenta la historia de Daniel Plainview, un visionario empresario petrolero que desarrolla una serie de yacimientos en un desierto californiano con el amanecer del último siglo. En este protagonista, creación épica y magistral de uno de los mejores actores del mundo Daniel Day-Lewis, se puede vislumbrar el comienzo de un siglo marcado por un progreso cegado por el resentimiento y la frialdad estadística más congelante. Desde el comienzo de la película Anderson nos presenta a Plainview escarbando crudo en un pozo que asemeja una cloaca, una forma muy directa y a la vez conceptual de exponer los orígenes de los héroes históricos del empresariado moderno. Todas las relaciones de los personajes de este film rememoran historias bíblicas de traición, abandono, odio y la lucha del bien contra el mal. Lewis da vida a un protagonista que es un ejemplo vivo del capitalismo más salvaje y despiadado: Plainview utiliza a su hijo adoptado HW para vender su empresa como un negocio familiar, lo abandona una vez que le deja de servir y asesina a un hermano escudado en una percepción muy torcida de la traición. PT Anderson aborda la película como un director clásico, cada secuencia es compleja y tirada a un cuadro, escapando a aquella escuela de edición frenética que está tan en boga hoy en día. La evolución de Daniel Plainview como personaje es sutil y demanda a espectadores con aquella paciencia que exige la verdadera belleza. Tras un accidente que sufre el hijo, su padre no lo auxilia, en vez se queda viendo con una codicia combinada con lujuria un yacimiento en llamas. La mirada fija de Lewis lo dice todo: hay petróleo y lo demás no importa. Otra secuencia como ésta involucra al rencuentro de Plainview con HW, en el que el niño golpea con desesperación al hombre que lo mandó a un exilio. Estos son sólo dos ejemplos de cómo el director de Boogie Nights y Magnolia nos exige encontrar respuestas detrás de la sutileza. Cada momento épico de esta enorme realización está acompañado de un soundtrack desgarrador elaborado por Jonny Greenwood de Radiohead, demostrando la versatilidad de uno de los músicos más importantes de las últimas décadas. Así la película avanza de la mano de Daniel Plainview y su descenso hacia el averno del progreso, a la riqueza más acaudalada para terminar en la soledad más oscura. Sus proporciones son épicas y sus aristas lo ubican en aquella clasificación de clásico en la que entra la saga de El Padrino o Casa Blanca. Y en eso reside su más grande logro: como espectador uno puede acabar encantado por la realización impecable, la fotografía, las relaciones familiares de los personajes, la significancia histórica o la actuación de Daniel Day-Lewis. Esta lista podría continuar. Y esta diversidad es lo que hace un clásico, cualquier individuo puede hacerlo suyo y encontrar nichos propios en su inagotable océano de matices. Es una historia oscura de codicia, riqueza, odio y abandono. Nos expone constantemente a lo peor que puede salir de la condición humana. Y nos explica, por medio la saga de un hombre, la historia de la sangre que dio vida al siglo XX, aquél oscuro líquido que nos llevaría a los cien años más violentos en nuestra historia. El saldo fue la pérdida de aproximadamente 160 millones de vidas producto de conflictos bélicos.
Como un extra anexo a Quentin Tarantino comentando la película:
martes, 16 de febrero de 2010
There Will be Blood: Una analogía del siglo XX
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