Las derrotas jamás son totales. En los escombros de lo perdido siempre podremos encontrar vestigios de victorias aquellas marcas imborrables de los éxitos que, por más pequeños que sean, siempre estarán allí como una cicatriz en la infinidad de la construcción del tiempo. Y aunque tendemos al melodrama de la totalidad, aquella inercia que nos guía al derrotismo más profundo o al delirio de la victoria más abrumante, estos dos estados siempre se manifestarán a medias tintas. Esto aplica a la Cumbre de Copenhague aquél encuentro de las naciones que tenían la épica tarea de reemplazar el Protocolo de Kioto con un nuevo tratado global que vinculase a las potencias globales, a las emergentes y a los países pobres en un compromiso para disminuir sus emisiones de CO2 evitando un cambio climático catastrófico más adelante en este siglo. La Cumbre fracasó en esta aspiración y el tratado emanado de ésta fue tachado como una abrumante derrota. Y aunque en base a esta aspiración sin lugar a duda lo fue, algo se logró de este encuentro global. Las naciones se comprometieron, si ningún tratado de por medio, a bajar sus emisiones de bióxido de carbono lo más posible. La suma de esa reducción no basta. Con los niveles actuales existe el riesgo de aumentar las temperaturas entre 1.7 y 4.7°C en 90% para 2100. El límite impuesto era de 2°C hacia finales de este siglo. Esta insuficiencia es sin lugar a duda una derrota. Pero antes de la cumbre las reducciones totales de emisiones globales eran de 3.6 miles de millones de toneladas de CO2. Tras la cumbre aumentó a 5 mil millones de toneladas. 4.2 de ese ahorro será contribución de los países en desarrollo. Esto representa un aumento de dos tercios previo a Copenhague. La mayoría de esta reducción proviene de planes relativamente baratos de reducción de emisiones implementados principalmente por Brasil e Indonesia. La deforestación contribuye al 20% de las emisiones de CO2 anuales. La voluntad de las naciones en subdesarrollo se manifestó en la Cumbre y representa una pequeña victoria que nadie percibió. El problema recae en los países ricos, sobretodo EEUU. Los norteamericanos deben aprobar pronto un sistema de gravámenes sobre sus emisiones, lo que traería consigo una participación mayor de China y un aumento en la reducción de la Unión Europea. Detener la deforestación es una medida más costeable y de alto impacto para abatir el cambio climático, el problema es que no resulta sostenible. De tener éxito las tasas de deforestación podría llegar a cero para 2030. De no tomar otras medidas paliativas las emisiones de otros causantes podría aumentar y las soluciones se volverán más difíciles de implementar (como llevar al sector eléctrico a una transición de la generación de energía por medio de carbón hacia fuentes nucleares). A pesar de estos retos hubo pequeñas victorias en la gran derrota danesa. Pero para encontrarlas primero hay que buscar en el monolito derrotista que a veces nos ciega.
Para aunar más:
Dinero, por árboles
Hacia mediados de siglo
Una cuestión de población
Pobreza y cambio climático
Los olvidados y la energía
Dinero por árboles, en la práctica
sábado, 20 de febrero de 2010
Los Restos de Copenhague
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