Pero no es sólo la agenda de AMLO hacia los medios que esta nublada por una bruma en la que se respira de manera constante los aromas del autoritarismo. El movimiento quiere acabar con los bastiones sobrantes del antiguo régimen pero peca en la contradicción de heredar algunas de sus prácticas más notorias. El corporativismo y el acarreo son dos herramientas que el redentor tabasqueño utiliza de manera constante para hacer valer su causa política. Los taxis pantera, la credencialización de adultos mayores, los grupos invasores de ejidos… todos estas agrupaciones fueron movilizadas a voluntad del líder. Un movimiento que cuenta con el apoyo de figuras como Dolores Padierna y René Bejarano –operadores políticos de masas o mapaches- no puede laurearse de ser “ciudadano”. El cierre de Reforma, legítimo o no, fue una muestra del aparato corporativista que el GDF puso a disposición del obradorismo y además fue una medida con tintes profundamente autoritarios (en momentos peligrosamente mesiánicos recordando el slogan “Disculpe las molestias, estamos salvando a la democracia”). El corporativismo no es el único vínculo que comparte el movimiento con el Nacional Revolucionario de antaño. El más ferviente defensor del status quo en Pemex durante los intentos de reforma de 2008 fue el ex candidato presidencial del PRD. Bajo slogans anacrónicos como “el petróleo es nuestro” el movimiento pauperizo el proceso de reforma. Toda la clase política está enfocada a mantener el discurso nacionalista y dogmático en cuanto a nuestra paraestatal petrolera, cuando todos sus recursos se enfocan al gasto corriente de las tesorerías de los gobiernos locales y el federal. El petróleo en realidad es suyo pero nos lo venden nuestro y AMLO junto con el PRI se encargaron de empantanar un proceso de reforma que ha encaminado a Pemex hacia una quiebra inevitable ¿No debiera ser causa de la izquierda ir más allá del burdo argumento nacionalista y relacionar a Pemex con el desarrollo del país, en especial de los sectores más excluidos? Al parecer no. Y lo más grave del dogma energético es que se relaciona con el sistema fiscal que está negando la redistribución de la riqueza en nuestro país. El petróleo –más una maldición que la representación de la identidad nacional- ha mantenido en México un sistema fiscal injusto y limitado, lo que sostiene un aparato de subsidios que sólo benefician a los deciles más ricos de la población. Pero al movimiento de AMLO no parece importarle en lo más mínimo. En vez de plantear medidas tangibles que se tradujesen en un país menos dispar el cacique se enfocó a copiar a calca el discurso de Echeverría –con todo y la maravillosa xenofobia-: La derecha junto con consorcios extranjeros (léase inversionistas) querían robarse nuestro precioso hidrocarburo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario