La última visita del Presidente a Ciudad Juárez debe conducirnos a una reflexión genuina entorno a la guerra contra el narcotráfico y la delincuencia organizada. Esto requiere escapar a la tiranía de la inmediatez y el sano distanciamiento de los intereses políticos. Ayer el Presidente respondió a las acusaciones de la sociedad civil juarense con un argumento que en un extremo era estadista y en el otro era metafísico: primero recalcaba la necesidad de apegarse a datos duros (haciendo referencia constantemente a los cuantificables homicidios) para luego argumentar que una mejora en la percepción ciudadana ayudaría a estigmatizar a la delincuencia y sus actividades afines, lo que traería resultados a las laceradas calles de Ciudad Juárez. Esto es muy rebatible y para dar la razón al Presidente en la primera parte de su argumento, habría que comprobar si existe correlación alguna entre la percepción ciudadana y la disminución de la tasa de criminalidad. Entiendo absolutamente la defensa política de lo que se ha convertido en la principal prioridad de esta administración pero eso no debe bloquear la posibilidad de enriquecer y mejorar la calidad del debate. El narcotráfico y la delincuencia organizada son un problema real cuya evolución histórica es demasiado compleja para caer en reduccionismos acusatorios. Esta es la postura que ha adaptado la oposición, en particular y muy gravemente la izquierda. Resulta vital que la izquierda promueva una agenda social para hacer frente a la inseguridad, como programas de educación y empleo para jóvenes en zonas dónde se presenten los índices más altos de sicariato. La actual administración es de derecha y ha hecho algo muy acorde con su naturaleza histórica: el uso de la coerción. Es innegable que es necesario el uso de la fuerza para hacer frente al narcotráfico, pero la condena poco propositiva de la oposición (que no quiere “ensuciarse las manos”) condena a esta guerra a una brutal miopía operativa. Parte de vivir en un sistema democrático es que las corrientes ideológicas tienen la libertad de implementar políticas acordes, lo que sumado a la pluralidad debe traducirse en medidas que ataquen los problemas por diferentes flancos. La fuerza de la derecha resulta vital para atender el problema inmediato, los grupos de traficantes violentos que se dedican al homicidio, a la extorsión y el secuestro. Las medidas progresivas y sociales deberían hacerse presentes para dar soluciones al mediano y largo plazo, las políticas de educación, de apoyo para el empleo y las relacionadas a la lucha contra la disparidad y la exclusión. La oposición en México (más allá de la ideología) tiene una cultura de confrontación dogmática con la fuerza política en el poder, lo que está resultando en un manejo monopólico de la agenda pública. Es irresponsable asumir que, en democracia, las fuerzas políticas pueden abstener su involucramiento en los grandes problemas nacionales. Es una práctica nociva y reprobable. Y volviendo a la baja calidad del debate repasemos lo que ayer el presidente no dijo sobre la guerra contra el narcotráfico: 90% de las armas decomisadas al crimen organizado son traficadas desde EEUU ¿Qué se está haciendo? ¿Hay medidas binacionales en curso? ¿Ha aumentado o ha disminuido el flujo? Las policías en México son corruptas, ineficientes, mal pagadas y mal entrenadas ¿Existe un proceso de reforma? ¿A qué se encamina? ¿Se ha considerado la tan debatida posibilidad de instaurar una policía única nacional? Se sabe que la mariguana representa más de la mitad de los ingresos de los cárteles mexicanos y en EEUU ya existe una muy laxa forma de legalización ¿No valdría la pena legalizar –bajo esquemas regulatorios claro está- la mariguana? El Ejército es una institución cuya función es salvaguardar, por todos los medios, la seguridad nacional pero no la pública. Involucrar a las Fuerzas Armadas en este conflicto las expone a la corrupción de los cárteles y las exhibe políticamente, lo que puede resultar riesgoso para la consolidación de nuestra democracia ¿Hay algún plazo para que el Ejército abandone las calles? ¿No podemos fijarnos fechas –gobierno y sociedad- como lo hicieron los gringos para Irak? Esto permitiría plantear escenarios y llevar a cabo evaluaciones más concretas. La guerra contra el narcotráfico no puede seguir así. Debemos responsabilizarnos colectivamente con el problema la sociedad, los gobiernos y los partidos políticos para darle solución. Y eso requiere de una conjunción de medidas que le conciernen a todos los actores y a todos los espectros ideológicos. Este es el único país que tenemos, no hay otro. Y debemos responsabilizarnos con él.
Para ampliar el tan necesitado debate:
Para recuperar Juárez
Una visión cruda de la guerra contra el narcotráfico
Narco S.A.
La muerte de Beltrán Leyva
Portugal: una esperanza en la insensatez de la prohibición
¿Y si legalizásemos las drogas?
miércoles, 17 de marzo de 2010
La guerra contra el narcotráfico: una reflexión
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