martes, 23 de marzo de 2010

Piñera contra la negación regional

Desde 1959 la izquierda de nuestra región ha sido deslumbrada sistemáticamente por un crisol basado en la Habana. Mientras tanto la derecha ha optado por una convivencia necesaria e intocable. Cincuenta y un años han pasado y la dictadura totalitaria de Fidel Castro ha continuado, ahora sumándose a Corea del Norte en este modelo de comunismo hereditario que encuentra muchas similitudes con el absolutismo europeo (la ironía y la contradicción resultan abrumantes). Mientras tanto Latinoamérica se encaminó en una ola democratizadora tras la caída de regímenes militares de derecha que cometieron atrocidades inadmisibles en Argentina, Chile y Brasil por mencionar algunos. Aquellos regímenes fueron esponsoreados por un Estados Unidos paranoico y cínico de la Guerra Fría, pero eso no justifica de forma alguna a la dictadura cubana. La democracia es, sin duda alguna, el menos peor de los sistemas. Y lo es porque respeta las cualidades humanas de discernir, de pensar libremente y de poder emprender cualquier proyecto (léase social, político o económico) individual sin rectoría o aprobación alguna. Nuestros pueblos, a saber los latinoamericanos, vivieron en carne propia la brutalidad del autoritarismo, la tragedia del control más atosigante y el terror del escrutinio privado más orwelliano. A pesar de esto nuestros gobiernos no han estado a la altura. No han bastado las promesas de democracia que los guerrilleros hicieron en la Sierra Maestra (grabadas en radio, para aquellos que estén dispuestos a escucharlas), el cinismo con el que violentaron la constitución cubana con el Proyecto Varela entre 1998 y 2003 o la reciente muerte del disidente Orlando Zapata para que las democracias latinoamericanas denuncien al gobierno del Partido Comunista Cubano. Ha podido más el anacronismo y la confusión histórica más profunda que la empatía y el sentido de responsabilidad global. Condenar a Cuba no implica aislarla ni mucho menos apoyar el bloqueo de Estados unidos. Es esta medida, también anacrónica, que fortalece discursivamente a los Castro y ofrece una justificación a su ineptitud en el manejo de una economía totalmente estatizada que no permite la actividad privada en ninguna forma (lo que ha traído consigo el surgimiento de una economía informal paralela, el tan afamado mercado negro cubano). La última cumbre regional, llevada a cabo en Playa del Carmen, se vio empañada por la muerte de Zapata. Y ahí las barreras ideológicas se difuminaron. Las muestras de afecto volaron de izquierda a derecha literalmente. Raúl saludaba a Calderón, Lula a abrazaba a Uribe y Chávez continuaba en su acostumbrada rutina de destrozar el mariachi mexicano. Los líderes democráticos sonreían hipócritamente y no tocaron el tema del prisionero político y su huelga de hambre que lo llevo hasta la muerte. Sin embargo este lunes el silencio reprobable fue roto por el mandatario de uno de los países que más han progresado en la región, Chile. El nuevo Presidente Sebastián Piñera se pronuncio en contra de los “prisioneros de conciencia” del país caribeño. También dijo que su gobierno haría “lo que esté a su alcance para contribuir a que en Cuba se produzca un proceso de recuperación pacífica de la democracia y un pleno restablecimiento del respeto a los derechos humanos y a las libertades individuales”. Pero esta condena, al igual que la cumbre latinoamericana, no fue monopolio de un espectro ideológico. El presidente del Partido Socialista Chileno Fulvio Rossi coincidió con lo dicho por el nuevo mandatario. Es la primera vez que la izquierda democrática se enfrenta a La Habana. Estas declaraciones resultan de enorme importancia y espero que detonen la condena de las dos potencias regionales México y Brasil. Además presenta una ventana de oportunidad enorme para no hacer caso omiso al avance del autoritarismo en Venezuela. Las declaraciones del Presidente chileno son de enorme importancia. Rompen con una inercia de cinismo y negación que aún impera en muchos países latinoamericanos.

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