miércoles, 21 de octubre de 2009

¿Y si legalizásemos las drogas?


La ONU ha estimado que el narco genera unos $320 mil millones de dólares anuales a nivel mundial. En Europa los decomisos de cocaína se sextuplicaron en 2006 en comparación con 1995. A pesar de estos golpes el precio del producto ha bajado, lo que ha llevado a las autoridades mundiales a interpretar que el abasto ha aumentado. Tres cuartas partes de los operativos se han realizado en España y Portugal, dos puertas de entrada históricas al tráfico de drogas en el viejo continente. Pero si una ruta es interceptada por los gobiernos, otras se abren sin problema. Veintidós por ciento de la cocaína que entró a Europa en 2007 venía de África, en 2004 era cinco por ciento. Para Febrero de este año las autoridades de la UE externaron su preocupación por la apertura de rutas de tráfico en la región de los Balcanes. En los 80 la mayoría de la cocaína destinada a Estados Unidos salía de Colombia vía el Caribe. Al cerrarse esa ruta se establecieron las alianzas entre los cárteles mexicanos y colombianos para utilizar nuestro país como enlace entre ellos y el mercado estadounidense. La producción de opio se ha desplazado en los últimos años de Turquía y Tailandia hacia Myanmar y Afganistán. En la actualidad el tráfico en esta nación ha sido factor clave para sostener financieramente a los talibanes y a células de Al-Qaeda que han estado al borde de acabar con el gobierno en Pakistán. El narco puede ser un peligroso actor en regiones amenazadas por conflictos civiles y pobreza como el Medio Oriente. Puede quebrantar el orden civil, financiar conflictos armados y en varias ocasiones reemplazar a los aparatos gubernamentales. En Latinoamérica, los cárteles han ampliado su influencia sobre la región andina, dónde Bolivia y Perú se han convertido en importantes productores. Las naciones centroamericanas se han visto amenazadas por la incursión de nuestras mafias en sus territorios, principalmente las perpetradas por Los Zetas. El narco se ha convertido en un aparato ilegal transnacional, con una capacidad operativa apabullante sumada a una enorme disposición de recursos.

Este 2009 se cumplen 100 años de la prohibición contra las drogas y el resultado no es nada alentador. De acuerdo al World Drug Report 2008 la producción de cocaína se ha mantenido estable en Bolivia, Colombia y Perú. Aunque la producción se haya mantenido estable la siembra de coca aumentó 16% con respecto a años anteriores, Colombia presentó un crecimiento mayor con un 27%. La producción de opio y sus derivados se duplicó entre 2005 y 2007 alcanzando 8 mil 870 toneladas, el 92% producido en Afganistán. La producción de mariguana disminuyó ligeramente entre 2005 y 2007 al pasar de 42 mil a 41 mil 400 toneladas. La aceptación general a su consumo se ha mantenido estable en un 3.9% entre 2005 y 2007. Las drogas sintéticas como la metanfetamina y el éxtasis alcanzaron una producción de 449 toneladas. Valdría la pena mencionar que una droga legal, el tabaco, mata a 5 millones de personas al año mientras que las drogas ilegales a unas 200 mil. Veinticinco por ciento de la población adulta mundial es adicta a esta droga cuyo mercado está regulado legalmente. La cantidad de consumidores de entre 15 y 64 años de edad se ha mantenido estable en los últimos cuatro años. Son 208 millones de personas (4.9% del total global) que han usado drogas durante los últimos 12 meses. De ese total se calcula que sólo 0.6% tienen problemas de adicción. Con la excepción de las drogas sintéticas, todos los otros mercados han experimentado algún aumento en el total de consumidores. De 2005 a 2007 el consumo de mariguana aumentó de 3.8 a 3.9 por ciento, el de cocaína de .34 a .37 por ciento y el de heroína de .27 a .28 por ciento. El uso de metanfetaminas cayó de .60 a .58 por ciento. Estas cifras se han presentado en un contexto en el que los decomisos han aumentado de manera constante.

En 1998 la Asamblea General de las Naciones Unidas puso como meta que se eliminara o se redujera significativamente la producción de cocaína, mariguana y opio para 2008. Las cifras reflejan el fracaso de este compromiso. Además es un compromiso muy fácil de asumir pero finalmente es ficticio e irresponsable. La prohibición ignora totalmente cómo opera el mercado de las drogas. Primero se puede adaptar rápidamente a cualquier interrupción en la producción y el tráfico, como ha ocurrido en el surgimiento constante de nuevas rutas. La producción de los diferentes estupefacientes se ha mantenido estable o ha aumentado, armando a poderosas mafias en el proceso. El comportamiento del mercado parece indicar que el precio de las drogas es determinado por los costos del tráfico y la distribución por encima de los de la producción. Fumigar plantíos a gran escala merma el grueso de la producción pero aumenta el precio del total restante. Los decomisos y la destrucción de parte de la producción han ido en detrimento de la pureza de las drogas, en particular la de la cocaína. Con ello se vuelven más dañinas para los consumidores. La prohibición no logra responder a la versatilidad del narcotráfico, si se logra tumbar la producción de opio en Tailandia simplemente se desplaza a Afganistán y si se cierra la ruta del Caribe el tráfico se va por México. Y los costos de la prohibición –humanos y económicos- rebasan con creces los beneficios. Estados Unidos gasta $40 mil millones de dólares al año en atacar la oferta, arresta a 1.5 millones de consumidores al año encarcelando a la mitad. En México la guerra contra los grandes cárteles ha dejado de saldo más de 6 mil muertos y ha consolidado un mercado de consumo interno. La prohibición además ignora totalmente los problemas sociales de las adicciones, como el rompimiento de familias y la propagación del VIH. Además es capaz de derrocar a gobiernos en los países productores, contribuyendo como un actor protagónico a la inestabilidad global.

La medida más sensata sería la legalización de todas las drogas. Así se podría asumir el problema desde otra dimensión, el de la salud pública. Ayudaría a discernir al consumidor del traficante, invirtiendo masivamente en programas de rehabilitación y educación. Los gobiernos podrían capitalizar la legalización gravando los diferentes estupefacientes y con ello podrían guiar a los consumidores a optar por drogas menos dañinas (la mariguana sería más accesible que las metanfetaminas por ejemplo). Castigar a los consumidores no ha tenido impacto alguno en el consumo, los países más rígidos sobre el tema se drogan más. Muestra de ello es el aumento en consumo de estupefacientes sintéticos en Asia. Un estudio de la Organización Mundial de la Salud en 177 países no encontró ninguna relación entre las leyes más estrictas y el consumo. La legalización por ende aumentaría el consumo, pero de una forma regulada en la que se podrán tratar a los adictos y atender consecuencias sociales como la propagación de enfermedades y la prostitución. Bajo este estatus quo los hijos de un adicto son inexistentes a los ojos de las autoridades y de la sociedad.

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