La muerte de Beltrán Leyva a finales del 2009 marcó una victoria en la guerra contra el narcotráfico, pero fue un triunfo con un tinte amargo. Y aquella característica es inherente a la prohibición de las drogas: capo que cae pronto será reemplazado y tarde o temprano, tras violentas purgas al interior de las mafias, se definirán nuevas líneas de mando. El problema reside en encontrar soluciones a la larga y por ello desde este foro he externado la necesidad de legalizar –bajo una estricta regulación- el mercado de las drogas por ahora ilícitas (ver artículos 1, 2 y 3). En los últimos tres años 15 mil vidas se han perdido en esta guerra y la violencia no parece ceder. El problema es que el belicismo a raja tabla de la prohibición ignora por completo la naturaleza de los cárteles de la droga, desde su capacidad organizativa hasta sus particularidades como negocio. Para atestar golpes más efectivos debemos comprender a las mafias de narcotraficantes como empresas más que como organizaciones delictivas de enorme poder. La primera gran omisión que fortaleció a los cárteles mexicanos fue la absoluta ignorancia de la adaptabilidad del sector y de su capacidad para establecer rutas de contrabando con nuevos agentes. En la década de los ochenta y principios de los noventa la mayoría de la cocaína arribaba a Estados Unidos por el caribe, entrando por Florida. El cierre de esa ruta desplazo el tráfico hacia México: el actual tercer aliado comercial de la potencia norteamericana, con una población de más de cien millones de habitantes y con quién comparte más de dos mil kilómetros de frontera ¿Resulta conveniente cerrar la ruta del caribe para desestabilizar a nuestro país cuyo peso regional es innegablemente superior? En este periodo los cárteles mexicanos pasaron de intermediarios a protagonistas en el tráfico de drogas regional: en 1991 50% de la cocaína de EEUU entraba desde México, para 2004 el 90%. El Plan Colombia fue otra medida que no previó las implicaciones regionales de la guerra contra las drogas. El desmembramiento del Cártel de Cali y el de Medellín creó grupúsculos de traficantes que fortalecieron a sus contrapartes mexicanas más poderosas y mejor organizadas. Los cárteles colombianos dependen de la cocaína, los narcotraficantes mexicanos producen metanfetaminas, heroína y mariguana por lo que su mercado está mucho más diversificado. Geográficamente los precios de los productos aumentan según se aproximan a su destino final: un kilo de cocaína en Colombia cuesta $1,200 dólares, en Panamá $2,300, en México $8,300 y en EEUU según la distancia con México puede costar entre $15 mil y $80 mil dólares. Por ello siempre habrá agentes en la cadena de tráfico, los que mueran o sean arrestados son reemplazados. Entre el 50 y el 65% de los ingresos netos de las mafias mexicanas provienen de la mariguana, una droga que prácticamente se encuentra legalizada en EEUU bajo un esquema muy flexible de uso medicinal y que ha posicionado a nuestro vecino del norte como el primer productor mundial. Legalizar la mariguana sumada a una mayor apertura a la ruta del caribe lograría mermar significativamente los masivos márgenes de ganancia del narcotráfico en México. Además acabaría con el control que estas organizaciones ejercen sobre la mariguana que producen domésticamente, lo que asegura un abasto más continuo y genera ganancias que no representa costos con otras mafias. De acuerdo al Wall Street Journal en un operativo en la Ciudad de México se encontró un desglose de las ganancias de un cartel: el kilogramo de cocaína lo compran a sus contrapartes colombianos por $3,500 dólares, se vende en México en $8,200 dólares y la ganancia neta del cártel era de $18 millones. Hasta que nuestras autoridades no conciban al narco como negocio esta guerra continuará encaminada hacia el fracaso.
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