Uno de los más grandes problemas de los mexicanos es nuestra visión aldeana de las problemáticas comunes. Nuestra cultura moderna, engendrada y distorsionada en el nacionalismo, ha gestado a una raza de bronce ensimismada que no ve más allá de lo ocurre entre los Ríos Usumacinta y Suchiate al sur y el Bravo al norte. Las pruebas en la vida diaria abundan. Basta abrir un periódico o mirar un noticiero para observar un predominio casi absoluto de las problemáticas nacionales y una desvinculación delirante de sus contrapartes globales que inevitablemente nos afectan. Por ello dejaremos de un lado el narcotráfico y la siempre debatida -pero jamás aprobada- reforma política para discutir un tema más allá de nosotros pero en el que, irónicamente, también somos protagonistas en un extenso reparto: la actual crisis ambiental. El cambio climático es sólo la faceta más crítica y contingente de esta crisis que es multifacética. Lo que resulta irónico de esta situación es que estos retos surgen a raíz de una historia de progreso y éxitos para nuestra especie. En los últimos 50 años el consumo global de comida y agua ha crecido por arriba del triple y la utilización de combustibles hidrocarburos se ha cuadruplicado. Actualmente la humanidad ocupa entre un tercio y la mitad de la toda la capacidad fotosintética del planeta, fundamentalmente para sostener la producción alimentaria. Esta apropiación humana del planeta se dio a la par de un crecimiento poblacional exponencial. De acuerdo al economista de la Universidad de Columbia Jeffrey Sachs, la humanidad era 230 millones de individuos para el primer año de la era cristiana. Para 1800 nos cuadriplicamos alcanzando el primer billón (mil millones). En los próximos 175 años la población mundial se sextuplicó alcanzando los seis y medio miles de millones en 2005. Si a este crecimiento frenético agregamos los avances exponenciales en productividad y tecnología que se dieron en este periodo, resulta muy explicable los detonantes de estas contingencias. De acuerdo a un estudio publicado por Johan Rockström en la revista Nature (septiembre 24 de 2009) existen 9 procesos ambientales que sustentan la vida en nuestro planeta: la biodiversidad, la concentración de partículas en la atmósfera, la contaminación química, el cambio climático, la acidificación del océano, la degradación de la capa de ozono, la intervención humana en el ciclo del fósforo y el nitrógeno, el uso del agua potable y el uso de la tierra. El estudio titulado A safe operating space for humanity fue un esfuerzo internacional exhaustivo dedicado a dar respuestas a unas difíciles preguntas: ¿Cuáles son los límites (cuantificables) de esos procesos? ¿Qué tanta degradación pueden tolerar antes de alcanzar un punto de quebranto irreparable? Tres de esos procesos ya encuentran esta capacidad rebasada. Esto es el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación de nitrógeno. Para este momento la concentración de partículas de bióxido de carbono en la atmósfera es de 387 por cada millón, el estudio anteriormente citado utilizó el estimado más bajo de 350 partículas por millón (ppm) para minimizar las consecuencias del calentamiento global. El rango máximo se encuentra en 550 ppm. El problema de esto reside en la incertidumbre de la ciencia climática. No sabemos con certeza los límites del complejo sistema climático, por lo que existe la posibilidad que hayamos rebasado el límite y nos encaminemos a una catástrofe global (o a varias en la forma de sequías prolongadas, el colapso de la agricultura regional y cambios en los patrones del ciclo del agua). Pero esa no es la única complicación, en la cadena determinista del medio ambiente un proceso al borde del colapso está correlacionado directamente con uno que aún no se encuentra al límite (aunque esto no justifica la inacción); la acidificación de los océanos. Éstos son de los sistemas termorreguladores más importantes del planeta absorbiendo cantidades masivas de CO2. Al contacto con el agua el bióxido se disuelve en forma de ácido carbónico. Esto está alterando el PH natural de los océanos, lo que puede llevar a extensiones masivas en sus complejos ecosistemas. Ambos problemas requieren que llevemos a cabo una transición de una economía altamente contaminante a una sustentable basada en energías limpias. Esto es sólo un ejemplo de nuestra compleja incidencia en las inciertas vicisitudes de la actual crisis ambiental. Y para la siguiente entrada veremos la pérdida acelerada de biodiversidad, la contaminación de nitrógeno y la racionalización del agua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario