La psicoterapia siempre se ha relacionado con la modernidad, el ocio y el estrés de la vida urbana orilla a los individuos a los traumas existencialistas más profundos. No por ello un ilustre neoyorkino neurótico, Woody Allen ha sido un paciente eterno de su psicólogo. Pero los traumas y las patologías no sólo se dan en la ciudad norteamericana cuyo ingreso per cápita anual oscilaba en los $50,919 dólares en 2008. Un reciente estudio ha demostrado algo que suena obvio pero que jamás se había considerado: los más pobres del planeta están expuestos a muchas más situaciones traumáticas y resulta igual de importante velar por su bienestar mental cómo patrimonial y alimentario. Frank Neuner un psicólogo de la Universidad de Bielefeld en Alemania ha ayudado a más de 14 mil refugiados ruandeses a tratar sus casos de síndrome de estrés postraumático, un trastorno psiquiátrico que se presenta en personas que han vivido experiencias traumáticas (en el que hay regresiones continuas al evento que detonó el síndrome, como una violación o un asesinato). Aplicando una terapia conocida como “exposición narrativa” Neuner ha logrado parar las pesadillas y la conducta violenta de estos refugiados, que han sido expuestos a las experiencias más traumáticas y violentas imaginables. Después de cuatro sesiones de una hora un niño de trece años ha logrado marcadas mejorías para asimilar la pesadilla que vivió: su mejor amiga fue violada y asesinada delante de él. Estudios como éste pueden resultar revolucionarios, ninguna agencia u organismo internacional considera el bienestar psicológico de los más pobres. Pero en los últimos 10 años diferentes proyectos han demostrado lo grave de esta omisión que jamás se ha incluido en los programas de salud destinados para los más desposeídos del planeta. Madres pobres que sufren de depresión postparto se han visto beneficiadas por el acceso a psicoterapeutas. Un estudio llevado a cabo por la Universidad de Liverpool demostró que este brote de depresión se da más en las zonas pobres del sur de Asia que en las naciones desarrolladas (en ciertas zonas el 30% de las madres sufren de este padecimiento, lo que es el doble de la media global). Las mujeres pobres con hijos malnutridos tienden a desesperarse y dejan de buscar alternativas nutritivas para los suyos. Todo esto está llevando a una misma conclusión: los individuos cuya existencia se basa en sobrevivir son más vulnerables a las patologías que sus contrapartes en los países ricos. La ONU, el Banco Mundial, el BID y el PNUD deberían tomar nota e integrar este importante pendiente a sus proyectos de salud.
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