No me gusta caer en las etiquetas ideológicas, por todos los flancos se generan perfiles políticos que plantean limitar la complejidad humana a una agrupación mínima de ideas y dogmas. Si eres de derecha eres mocho y sólo te interesan el bienestar de los ricos. Si eres de izquierda tu causa es la de los pobres y repudias el libre mercado. Soy de la opinión que en la realidad estas imposiciones son limitadas, en la práctica las ideologías pueden ser tan complejas como las personalidades humanas y limitan nuestra condición como seres que piensan y disciernen. La Tragedia creo que refleja una parte ínfima de aquella complejidad, desde esta trinchera he manifestado temas que me interesan y he externado opiniones que en el intolerante campo de las ideologías impuestas no podrían ser comprendidas por el simple hecho de contradecirse (y por ende no embonar en aquellos listados simétricos de dogmas). Ahora ha llegado la hora de abordar un tema que me genera tanto indignación como interés, un hecho que nos dará una radiografía de nuestras patologías colectivas como nación. Me parece muy grave que en el estado de Veracruz se haya penalizado el aborto con 4 años de cárcel a la mujer la segunda vez que lo intente. Esta ley sólo promoverá los abortos clandestinos y las más afectadas serán las mujeres más pobres. Lo más grave es que atenta en contra de la laicidad del Estado, uno de los logros políticos más grandes de la era moderna. Ahora hay 17 leyes antiaborto pendientes en igual números de estados, dónde las legislaturas están bajo control priista, un partido progresista que defiende a sindicatos corporativistas y autoritarios como el de Trabajadores Petroleros (y el PRD al SME y el PAN al SNTE, porque recordemos que aquí cada quién defiende a su vergüenza ajena). Pero dejando a un lado las contradicciones de nuestros lastres políticos, volvamos al espinoso tema del aborto. Más allá de mi opinión “progresista” entiendo y respeto la complejidad de la problemática. En Estados Unidos es uno de los factores de polarización social inagotable, que ha llegado a la violencia y en el que ambos lados tienen argumentos lúcidos a favor y en contra. Hace unos años me topé con una entrevista a Nat Hentoff un historiador y novelista de Boston que logró algo que en nuestra era dominada por la vulgaridad y el frenesí (que no nos deja tiempo para pensar, sólo para etiquetar) resulta increíble: ponerme en duda. El hombre planteaba su postura política: era liberal, creía en los derechos civiles para todas las minorías y en el Estado laico. Pero no estaba a favor del aborto, para él cuando un esperma fecunda a un óvulo comienza a gestarse un ser humano y detenerlo representa un asesinato. Fue una bocanada de aire fresco. Era contradictorio pero lúcido, era complejo, era humano. No era una postura prefabricada y simplista. La ética y la moral están condenadas a lo ambiguo y la ambigüedad siempre es el campo del enfrentamiento ideológico. La vida humana y su valor incuantificable también entran en esta esfera. Espero que estas leyes no prosperen y que la imposición estatal sea reemplazada por la libre voluntad humana. Pero también nos ayudará a comprobar algo que desde el altiplano del Distrito Federal es muy difícil de ver: la masa de tierra que nos rodea por todos los flancos es muy conservadora. Desde nuestra capital, un feudo de experimentos progresistas, de pronto perdemos contacto con la realidad del país que habitamos. Este tema de las leyes antiaborto nos encarará con eso y será sin lugar a duda una radiografía de nuestras patologías como país. Ojalá este artículo atípico promueva la duda y la reflexión, dos cualidades que escasean en estos días.
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