Las uvas de la ira es un clásico de John Steinbeck que cuenta la historia de una familia forzada a exiliarse de su natal Oklahoma por la crisis económica, sumada a una brutal sequía que azotó la zona en la década de los treinta. La familia Joad se embarca en una odisea para encontrar tierra y con ello recuperar su orgullo y sustento. Este Premio Nobel de literatura de 1962 nos dejó un documento invaluable del Estados Unidos agrícola tras el colapso económico de 1929, retratando el drama humano y la búsqueda de dignidad de sus víctimas. Pero también nos advierte sobre la gravedad de un colapso ambiental, dejándonos importantes lecciones que en estos momentos son de enorme importancia. Lo que inspiró a Steinbeck a escribir este clásico fue el periodo conocido como el Dust Bowl, cuando una sequía prolongada se sumó a las prácticas agrícolas no sustentables en Oklahoma. La falta de rotación de cultivos terminó por erosionar los suelos, el arado a gran escala sin periodos de recuperación mató a los pastizales que mantenían la tierra húmeda y en su sitio. La sequía detonó un proceso de desertificación, convirtiendo la tierra fértil en polvo. El resultado fueron tormentas de arena masivas que afectaron 400 mil kilómetros de superficie alcanzando los estados de Texas, Nuevo México, Kansas y Colorado. El desastre se prolongó una década, para 1940 dos y medio millones de estadounidenses habían migrado huyendo de las condiciones climáticas adversas que afectaban los estados de las planicies norteamericanas. Las consecuencias del desastre se prolongaron y aún se le atribuyen migraciones masivas al interior de EEUU hasta 1970. En su clímax las tormentas del Dust Bowl alcanzaron más de 40 millones de hectáreas afectando sembradíos desde Texas hasta Canadá. Ahora aquél periodo de la historia se recuerda como el peor desastre ambiental del siglo XX. Pero lo que debe llamar más nuestra atención no es la envergadura de la catástrofe sino la repuesta gubernamental que dejó pautas que en este momento nos pueden guiar e inspirar. Cuando la administración de Franklin Delano Roosevelt comenzó en 1933 la economía se había colapsado, el desempleo aquejaba a una cuarta parte de la población económicamente del país y el Dust Bowl estaba condenando al desamparo a todo el sector agrícola de la costa oeste de EEUU. Ante este panorama el Presidente de EEUU promulgo el New Deal, 100 días de reformas estructurales encaminadas a recuperar el empleo, rescatar a la economía, activar programas antipobreza y reformar el sector financiero. Pero el rescate ambiental no fue excluido de los amplios alcances del New Deal. Para contrarrestar el desastre ambiental en las planicies de EEUU se creó el Soil Conservation Service al interior del Departamento de Agricultura, su misión era garantizar la conservación de los suelos y promover la recuperación ambiental. El gobierno compró ganado en condados devastados por entre $14 y $20 dólares por cabeza. Los animales que aún tenían posibilidades de sobrevivir fueron canalizados a familias necesitadas. La mitad fueron sacrificados pero a la larga muchas familias evitaron la bancarrota gracias al programa. Los Civilian Conservation Corps fue un grupo civil creado por el New Deal para dar trabajo a jóvenes desempleados. Roosevelt les ordenó que plantasen un cordón de 200 millones de árboles desde Canadá hasta Texas, la idea era que la reforestación ayudaría a frenar las tormentas de arena como una barrera natural, recuperando la calidad del suelo filtrando agua y restaurando nutrientes. El gobierno promovió programas de educación a los agricultores para que aprendiesen a rotar cultivos y a adoptar técnicas antierosión. Para 1938 la medida logró disminuir las tormentas de arena en un 65% (aunque la sequía se prolongó hasta 1939). Lo que el Dust Bowl nos demostró es que la acción gubernamental contundente puede aminorar y revertir las consecuencias de un quebranto ambiental. Por ello no podemos aceptar la pasividad de nuestros gobiernos ante el cambio climático.
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