domingo, 22 de noviembre de 2009

Robótica: ¿Qué tan cerca estamos de Blade Runner?


Siempre he sido un acérrimo fanático del cine pero un género que en particular siempre me ha parecido difícil de abordar (y hacer que destaque) es la ciencia ficción. Hacer una buena película “sci-fi” es muy difícil, pero las grandes realizaciones están ahí y una de ellas es Blade Runner (1982). Este clásico emanado de la novela del oriundo de Chicago, Philip K. Dick, nos plantea un futuro en el que la tecnología ha logrado crear humanos llamados “Replicants”, personas que por ser obra de la ingeniería gozan de un estatus de “ciudadanos de segunda clase” (cualquier parecido con nuestra realidad es sólo mera coincidencia…). El logro de este clásico dirigido por Ridley Scott nos plantea una pregunta cuya respuesta nos es tan sencilla como aparenta: ¿Qué nos hace humanos? ¿Qué condición o características nos definen como este prodigioso ser que para buena parte de la humanidad es nada menos que la imagen y semejanza de Dios? Con sus “Replicants”, Blade Runner nos encara con un dilema que ya no se ve tan distante como en la década de los ochenta: la posibilidad de que los seres humanos generen formas de vida y de conciencia que pongan a debate nuestra condición como especie. El avance exponencial de la tecnología está acercando hacia nosotros lo que Philip K. Dick alguna vez concibió como una fantasía. Se calcula que para el 2013 una computadora tendrá una capacidad de procesar información mayor a la del cerebro humano, o que para el 2049 una computadora de mil dólares rebasará en capacidad de procesamiento de información la capacidad de toda nuestra raza (Did you know 2.0). Los campos de la robótica, la ingeniería genética y la inteligencia artificial están persiguiendo alcanzar lo que en aquellas disciplinas se concibe como uno de los importantes avances posibles, lograr crear seres con las capacidades motrices y mentales de un ser humano. Pero eso se escribe más fácil de lo que es llevarlo acabo. Reproducir las capacidades motrices y de raciocinio del hombre requiere de un mapeo que aún no hemos sacado: el del cerebro. El “mapa neuronal” continúa siendo un gran misterio y sus posibilidades igualan o exceden los del genoma humano. Descifrar como funciona nuestro cerebro resultará vital para comprender nuestras habilidades físicas, sobre todo con la cuestión de coordinar las intenciones con el movimiento en un ambiente complejo. De acuerdo a varios neurólogos esta sinfonía entre lo motriz y lo exterior es dirigida por nuestro cerebelo, el cual utiliza más de la mitad de la actividad neuronal. Esta épica tarea para la inteligencia artificial se ve minúscula ante el pendiente que tiene la robótica en reproducir fielmente la estructura del cuerpo humano (en el genoma se descubrió que hay más información genética para el diseño de éste que para todo el cerebro). El diseño del cerebro en el genoma prácticamente no ocupa espacio. Esto además de ser una ironía representa una gran oportunidad. El “mapa neuronal” continúa como un misterio pero de acuerdo a Ray Kurzweil, autor de cinco libros entre ellos The Singularity Is Near: When Humans Transcend Biology, no lo seguirá siendo por mucho tiempo. Kurzweil es un reconocido empresario de la computación (campo en el que llevó a cabo grandes innovaciones, como en software para reconocimiento de voz), que recientemente se ha dedicado a escribir libros sobre las posibilidades futuras del avance tecnológico (esto le ha dado el título nada despreciable de “futurólogo”). Aunque aquel título de Kurzweil lo hace ver más como el Oráculo de Delfos que como una persona común y corriente, su mérito reside en la lucidez de su argumento. La “ley de retornos acelerados”, desarrollada por Kurzweil, plantea que la cantidad de conocimiento científico (en cualquier área, desde la biología hasta las ciencias genómicas) se está duplicando aproximadamente cada 2 años. La “ley de retornos acelerados” está encontrando sustento en la realidad de los logros científicos, y todo parece indicar que acabará por descifrar el “mapa neuronal”. Por ejemplo sacar la secuencia del virus del VIH tomó 5 años a los científicos. Secuenciar un virus más reciente, el SARS, tomó sólo 31 días. La cantidad de información genética se ha duplicado año con año desde el comienzo del Human Genome Project en 1990 (y los costos han caído a la par: de diez dólares para identificar una secuencia de genes a sólo un centavo al día de hoy). El mapeo del genoma humano está abriendo aún más las posibilidades del avance científico, día con día se están descubriendo cómo nuestro código genético se expresa en las proteínas que regulan cada función biológica de nuestro cuerpo. Esta información está ayudando a reproducir fielmente el funcionamiento de cada sistema del cuerpo. Los modelos tridimensionales para escanear el cerebro y sus actividades han estado sujetos al mismo avance exponencial. Los sistemas más avanzados pueden detectar en tiempo real la comunicación entre neuronas. Esta información se está llevando a modelos y simulaciones de determinadas regiones del cerebro, la empresa IBM tiene ya desarrolladas 24 de éstas. La información de cómo se desarrolla la actividad regional del cerebro también se está duplicando año con año. Esta magnífica compilación de información, sin embargo, se queda chica ante la complejidad de nuestro órgano rector. El cerebro tiene aproximadamente unas 100 mil millones de neuronas, cada una miles de conexiones que a su vez contienen unos mil canales neuronales. Aunque su diseño en el genoma sea relativamente simple, el cerebro representa una complejidad casi infinita. Un cerebro maduro puede procesar miles de trillones de bytes según Kurzweil.

Todo nuestro diseño se encuentra en el genoma humano, que está compuesto por unas tres mil millones de secuencias, lo que equivale a unos 800 millones de bytes. Una secuencia llamada ALU se repite unas 300 mil veces (para que luego se nos tache de repetitivos). Quitando todas las repeticiones, todo nuestro genoma se puede comprimir de unos 30 a 100 millones de bytes, lo que lo hace más pequeño que el código para Microsoft Word. La mitad de esta información contiene el plano para nuestros cerebros. Al nacer un cerebro estándar puede procesar entre 15 y 50 millones de bytes, en esta etapa formativa el cerebelo comienza un proceso de aprendizaje que lo adecua para la vida adulta. Si el diseño del cerebro es tan simple, reproducirlo más allá de su complejidad operativa se convierte en una tarea no tan difícil. Y, de acuerdo con Kurzweil, si nos basamos en la “ley de retornos acelerados” (que hasta ahora se ha probado correcta, el avance científico exponencial no se ha detenido y por lo pronto parece que no lo hará) podemos esperar que en aproximadamente 20 años existirán modelos detallados y simulaciones de la mayoría del cerebro. Una vez que alcancemos esto habremos descifrado aquel “mapa neuronal”, lo que nos permitirá ajustar sus simulaciones a computadores y máquinas (que finalmente eso es un robot). Para finales del 2020 existirán simulaciones que rebasarán con creces la inteligencia humana, lo que nos llevará a un debate sobre nuestro entendimiento de la condición humana, de los derechos básicos y las consecuencias que esto tendrá sobre nuestra especie. Para el 2029 se estima que existirá la tecnología para reproducir fielmente a un ser humano desde lo mecánico hasta lo mental. Y la “ley de retornos acelerados” no se detiene ahí, la nanorobótica podrá construir modelos exquisitamente complejos, que podrán ser introducidos al cuerpo humano para mantenerlo sano. Esta fusión que nos llevará a trastocar nuestra condición biológica ha sido bautizada por Kurzweil como “la singularidad” (the singularity) ¿Qué tan cerca estamos de Blade Runner? La respuesta es sorprendente: a unos treinta años.

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