La Cumbre Climática en Copenhague comienza este lunes, por lo que ahora La Tragedia se enfocará a la actual crisis ambiental. El cambio climático se ha posicionado como un tema prioritario para la agenda global, cuyos alcances pueden resultar catastróficos (ir al artículo Pobreza y cambio climático). Según los cálculos que se manejan para la cumbre escandinava las medidas para mantener el aumento de las temperaturas en los 2ºC para finales de siglo, el límite impuesto por el Panel Interdisciplinario para el Cambio Climático (PICC), tomará el 1% del output económico. Los recientes rescates bancarios han costado el 5%. El problema no reside en los costos que la humanidad deberá asumir, sino en la coordinación de las medidas desde nivel global hasta el local. Para ello la coordinación deberá traducirse en medidas efectivas de reducción de emisiones entre todos los ámbitos políticos: las instituciones internacionales (cuya vigencia será puesta a prueba), los gobiernos nacionales y los locales. Existe también un problema de equidad. Dos terceras partes de todos los gases de efecto invernadero emitidos a la atmósfera desde la Revolución Industrial han sido producidas por las naciones ricas, las cuáles aún concentran las emisiones per cápita más altas. Pero existe el caso sui generis de la nueva potencia global, China. Su crecimiento anual de dos cifras previo a la crisis y sus más de mil trescientos millones de habitantes lo posiciono como el primer emisor global a partir de 2008. Se ha convertido un comentario de sobremesa que se abre una fábrica eléctrica alimentada por carbón cada semana. Pero China se ha convertido en el actor protagónico de la Cumbre de Copenhague. Según el PICC para 2020 las naciones desarrolladas deberán disminuir sus emisiones entre 20 y 40% en comparación con el grueso de 1990. China ha anunciado un recorte de entre 40 y 45% para 2020, la reducción más significativa de todas las naciones clave. Estados Unidos tras una etapa de nula acción bajo Bush ha anunciado un recorte del 17% para el 2025 en comparación con 1990 alcanzando 30% para 2030. Pero las emisiones nacionales cuentan una historia muy diferentes a las per cápita. El chino promedio genera unas 5 toneladas de CO2 al año, el estadounidense promedio 20. Ésta disparidad deberá asumirse en la repartición de costos, beneficios y responsabilidades. Muchos países del planeta no pueden asumir los costos de adaptación al cambio climático como a sus sequías e inundaciones y eso requerirá de apoyo. La Unión de Naciones Africanas está pidiendo $67 mil millones de dólares a las naciones ricas. El Banco Mundial ha calculado una inversión necesaria de unos $475 mil millones de dólares, que se ramificará tanto en transferencias gubernamentales tanto como inversión privada. La segunda puede ser la forma más eficaz para propagar las tecnologías necesarias. Y eso necesitará un comercio global abierto y libre de proteccionismos mezquinos. Hay ideas para la repartición de los fondos, por ejemplo el gobierno mexicano ha propuesto la creación de un fondo verde global cuyos recursos provengan del producto per cápita de cada país y sus emisiones anuales. Los detalles deberán afinarse con un marco regulatorio cuya base deberá idearse en Copenhague. Es un problema de enorme complejidad que debe asumirse. Y durante esta semana veremos a fondo las implicaciones del comienzo de este largo y sinuoso reto.
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