Este artículo fue parte de una colaboración para una revista electrónica [Link]
Vivimos en tiempos de banalización. Las artes y la cultura, bajo la idea de la masificación, han entrado en un proceso de devaluación del contenido. Para actuar no hay que ser actor y la música ya no es un nicho seguro de los individuos con talento inherente. Esto resulta paradójico ya que en un momento de la historia de la humanidad las artes eran un monopolio del ocio para ciertos elegidos como lo fue para la familia Medici en la Italia renacentista. Con artistas como Andy Warhol y la aparición de la cinematografía en 1895 las artes pasaron a la masificación, un efecto colateral de la igualdad predicada por los cánones del progreso. Luego se dio otro momento clave con la aparición de la televisión a finales de la década de los 30. Nos encaminábamos en una línea recta al abismo de los contenidos lumpen, el culto a las celebridades, la imposición del amarillismo periodístico y la degradación del debate colectivo en torno a las problemáticas comunes. Con la televisión las artes visuales podían llegar a la intimidad de los hogares, rompiendo una barrera de privacidad antes imbatible. Nació lo que Mario Vargas Llosa llama la civilización del espectáculo (Letras Libres, febrero de 2009). Para el autor peruano este nuevo entorno se basa en realzar el hedonismo y rehuirle a cualquier situación o temática que contradiga este ideal. Para ello el entretenimiento se emparentó inevitablemente con la publicidad para crear un peligroso binomio. En México la cuestión se agrava más ante el ámbito duopólico de las televisoras, con Televisa llevándose la amplia mayoría, 72.3% de la audiencia mexicana en 2008 (¿monopolio?). Esta situación aunada al lumpenaje de los contenidos mediáticos genera una tormenta perfecta para la televisión en México: con la falta de competencia real la mejora de los contenidos se ha convertido en una llamada a misa. De ahí sale la adopción más burda de programas foráneos como el infame Big Brother o la infinita repetición de las mismas fórmulas temáticas para presentar año con año las mismas telenovelas con diferentes títulos. La subversión, la originalidad y el libre pensamiento están en un segundo plano muy rezagado ¿Cómo sobrevivir, mental y espiritualmente, a los tiempos de la televisión en un país como México? La solución recae en la raíz de la problemática: la democratización masiva de las artes y el entretenimiento. Mientras que en nuestro país se privilegia la corporación monopólica esta revolución ha traído consigo un empoderamiento nunca antes conocido en la exposición y participación mediática de los individuos, sobre todo vía internet. Los blogs, los videos personalizados y las redes sociales son sólo algunos ejemplos de una gama prácticamente infinita de posibilidades. Con estas herramientas es posible hacer propia la causa de luchar contra esta inercia arrolladora hacia la banalización. Permite generar espacios alternativos de encuentro, presentar disyuntivas a los discursos dominantes y compartir contenidos que nos estarían negados en otros tiempos o situaciones. Para ello se requiere replantear nuestro papel como ciudadanía, dejando atrás el culto a la corporación que nos aqueja y responsabilizarnos individualmente con nuestros retos colectivos. Aunque estos cambios se vislumbren distantes los medios ya están ahí. Y no podemos menospreciar estas herramientas que nos permitirán sobrevivir a los tiempos de la televisión.
lunes, 26 de abril de 2010
Sobrevivir a los tiempos de la Televisión
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