jueves, 22 de abril de 2010

Cambios

Nuestra clase política brilla por su ineptitud. El dogmatismo, la corrupción y el nacionalismo más cínico son sólo algunas palabras que describen a las altas esferas de nuestros partidos, que parecen testigos mudos a un país asediado por la violencia, los monopolios y la desigualdad. Uno de los principales problemas es que la clase política ejerce un control monopólico sobre su propio ámbito y lo ha manifestado rechazando las candidaturas ciudadanas independientes. Por ello no trastocan los intereses monopólicos ya que ello requeriría de un ejercicio de autocrítica que no están dispuestos a ejercer (además de la obviedad de que cada agrupación política está coludida con algún monopolio ya sea público o privado, sin excepción alguna). Ante esta situación a veces me resulta sorprendente conocer a personas lo suficientemente ilusas y dogmáticas para creer que la soluciones saldrán de la cantera política, en forma de caciques que evocan a nuestra naturaleza autoritaria y corporativista. Mientras tanto el país se rezaga y la mayoría parece estar cegada de las soluciones reales que mejorarían la situación al largo plazo. Para los que tengan afán reproductivo (cuentan con toda mi admiración…) parece no preocuparles el país que le heredaremos a las generaciones venideras, para cuando nos recuerden como aquellos imbéciles delirantes que les impusieron una tiranía transgeneracional. Esta desvinculación absoluta también se basa en nuestra falta total de concepto de ciudadanía: no somos mexicanos somos estratos (“naco” o “la gente”, “gente bien” o “güero”, los hay para todos los niveles de negación y delirio) o miembros adscritos a alguna corporación (electricista, petrolero, maestro, burócrata, empresario). Con estas concepciones no nos damos cuenta del destino común que compartimos y negamos las similitudes que abruman a las diferencias. El panorama es desalentador: la pérdida de capital humano por la migración es incalculable, expulsando a los mexicanos jóvenes que deberían ayudar al país a salir adelante; estamos dilapidando nuestro capital ambiental (ya hemos perdido el 95% de los bosques tropicales y ni siquiera hemos llevado a cabo un censo de nuestros acuíferos); la economía no es libre y está restringida a los intereses de un sector paraestatal del viejo régimen y un empresariado autoritario; las izquierdas y las derechas son nacionalistas e inoperantes; no nos estamos preparando para una inminente revolución energética y los que predican que el petróleo es nuestra identidad nacional mienten rozando en lo criminal; los únicos sectores que ofrecen sobresalir son la economía informal, la delincuencia organizada y el narcotráfico. Esta lista podría continuar. Y estas palabras desesperadas son para proponer un muy necesitado cambio: debemos quitarnos de encima la pesada carga del nacionalismo y el paternalismo, tener una conciencia ciudadana liberal que priorice el individuo sobre la corporación, ha llegado la hora de entender que lo público no es monopolio de la clase política y si queremos acabar con otros entes similares éste debe ser el primero en ser sometido a un proceso de apertura. Las soluciones globales a problemas nacionales no saldrán de caciques o del manejo unilateral de la agenda, lo harán del amplio debate y de la cogobernanza de representantes y representados. De no lograr estos cambios el futuro de México se vislumbra muy sombrío. Y lo que resulta más deprimente es que la factura se la pasaremos a los mexicanos que aún no están aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario