El terremoto en Haití represento una tragedia de proporciones épicas y la respuesta del mundo no se quedó corta ante las circunstancias. China, Francia, Estados Unidos, Venezuela, Cuba y México, entre muchos otros, enviaron destacamentos militares, grupos de rescate, médicos, buques hospital etc. Esto se sumó a la ayuda masiva de ONGs, empresas y particulares. Hasta el momento se ha amasado una ayuda equivalente a $2 mil millones de dólares, cantidad que resultará difícil canalizar y hacer llegar a los habitantes del país más pobre de América Latina y el Caribe. El problema reside en que la masividad de la ayuda no rebasa en forma alguna la escala de la tragedia. Las estimaciones más catastróficas estiman que 300 mil vidas se perdieron en el terremoto. Un millón de haitianos quedaron sin hogar y más de cinco mil prisioneros escaparon de las cárceles colapsadas. La infraestructura y las bases de datos gubernamentales desaparecieron totalmente. Ante este difícil panorama se suma la temporada de huracanes que comenzará en verano. Y antes de la crisis la situación de la primera nación negra independiente no era nada alentadora. Su PIB per cápita oscilaba en los $1,300 dólares mientras que el promedio de América Latina se acerca a los $10 mil. Más de la mitad de su población (9 millones previa al temblor) se encontraba en condiciones de pobreza extrema. Haití es el país en situación más crítica de la región y esta catástrofe sólo la empeorará. La presencia militar de Estados Unidos y de Brasil (presente antes del terremoto) deberá mantenerse para ayudar a las autoridades gubernamentales a mantener cierto grado de orden y estabilidad para emprender un intento de reconstrucción que se vislumbra prácticamente imposible. A esta presencia se suma la de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH) con 9 mil integrantes en sus filas que incluyen militares y funcionarios que llevan más de 10 años en la isla. Fidel Castro criticó la presencia militar norteamericana y la calificó como una “invasión”. Lo que el vitalicio gobernante de Cuba no criticó fue el destacamento carioca; además ambos desplegados llevan a cabo tareas de seguridad y logística que permiten a los médicos enviados por la Habana llevar a cabo sus tareas. La geopolítica y las ideologías deben hacerse a un lado, la gravedad de la situación lo amerita. Y eso me lleva a mi tercer y más polémico argumento. Haití ya era una nación profundamente lacerada por inestabilidad política, violencia y exclusión social previa al terremoto. Históricamente Estados Unidos ha interferido en Haití con el único objetivo de mantener o derrocar gobiernos autocráticos y opresores, como Papa Doc en la década de los setenta o Jean-Bertrand Aristide en 1994 y 2004. Ahora le toca a Estados Unidos (encabezando a otros países) prolongar su presencia en Haití no con un afán de ocupación sino de reconstrucción. Por ahora la tan idealizada soberanía de los pueblos debe hacerse a un lado. De mantenerse a los haitianos les espera un futuro marcado por la pérdida y la tragedia en una proporción inimaginable.
viernes, 29 de enero de 2010
martes, 26 de enero de 2010
Una visión cruda de la guerra contra el narcotráfico
Según el político francés Georges Clemenceau una guerra es una serie de catástrofes que resultan en una victoria. La aseveración de este liberal que se opuso al régimen de Napoleón III resulta muy lúcida por un simple motivo: un conflicto armado, para llegar a un fin, se construye entorno a la infamia, a la catástrofe y a la faceta más malvada de la condición humana. Ambos bandos para alcanzar la victoria cometerán cualquier cantidad de atrocidades y aquella idea (muy gringa) de la “guerra justa” sin bajas de inocentes ni violaciones a los derechos humanos simplemente no existe. Esta contradicción de términos nos hace de pronto perder los alcances y las consecuencias de una guerra y llegamos a caer en la insensata idea de transplantar los ideales de la justicia a un terreno en donde lo infame y lo catastrófico son los monopolios imperantes. La frustración y la indignación suelen ser las conclusiones a la que llegan “los justos”. Ahora en México al igual que en Afganistán se está librando una guerra. Y sin embargo nos sorprende y nos indigna que nuestras fuerzas armadas no sean “justas”. Es más fácil negar la naturaleza de los conflictos bélicos que enfrentarlos por lo que realmente son y así asumir sus horribles costos. Pero una película carioca se sale de los moldes preestablecidos para presentarnos la guerra contra el narcotráfico por lo que realmente es: Tropa de Elite del director José Padilha. Esta ganadora del Oso de Oro a la Mejor Película en el 58º Festival de Berlín nos cuenta la historia de un comando de la fuerza de élite BOPE, que combate al narcotráfico en las favelas de Río de Janeiro (cuya tasa de asesinatos es de 38 por cada 100 mil habitantes, en la Ciudad de México es de 5). Desde un comienzo una cosa queda más que clara: los traficantes armados hasta los dientes no permitirán ser arrestados. Así queda puesto el escenario en el que los integrantes de BOPE deben tomar una simple decisión: asesinar o ser asesinados. Los medios son absolutamente justificados bajo aquél fúnebre fin. El personaje del Capitán Nascimento, interpretado magistralmente por Wagner Moura, debe pacificar una favela antes de una visita del Papa Juan Pablo II en 1997. Lo que resulta más brutal y desgarrador de este film es cómo nos encara con la compleja realidad de la lucha contra el narcotráfico: la burguesía carioca progresista, a favor de los derechos humanos y a la vez drogadicta defiende a los traficantes víctimas de la exclusión y la pobreza. Mientras tanto los agentes de BOPE enfrentan la realidad sin el filtro de los conjuntos habitacionales amurallados y las bardas electrificadas; los traficantes son el enemigo y para acabar con ellos cualquier acción está justificada. En este entorno reside el argumento más interesante de la película: en la que los héroes no son la decencia humana encarnada, en realidad son tan infames y brutales como sus contrapartes. La substracción de información utilizando la tortura y los asesinatos selectivos son algunos de los medios que estos héroes de carne y hueso utilizan en esta guerra real, distanciada de los cánones ilusorios del “conflicto justo”. Es una gran película que invita a la reflexión y que resulta obligada para los habitantes de un país como el nuestro donde el narcotráfico es un flagelo que se ha arraigado en lo más profundo de nuestra convivencia diaria. Es una película honesta, inteligente y cruda sobre la guerra contra las drogas. Y demuestra, a diferencia del artículo del documental Manda Bala, que en la guerra contra el narcotráfico hay muchos más victimarios que víctimas.
viernes, 22 de enero de 2010
Narco S.A.
La muerte de Beltrán Leyva a finales del 2009 marcó una victoria en la guerra contra el narcotráfico, pero fue un triunfo con un tinte amargo. Y aquella característica es inherente a la prohibición de las drogas: capo que cae pronto será reemplazado y tarde o temprano, tras violentas purgas al interior de las mafias, se definirán nuevas líneas de mando. El problema reside en encontrar soluciones a la larga y por ello desde este foro he externado la necesidad de legalizar –bajo una estricta regulación- el mercado de las drogas por ahora ilícitas (ver artículos 1, 2 y 3). En los últimos tres años 15 mil vidas se han perdido en esta guerra y la violencia no parece ceder. El problema es que el belicismo a raja tabla de la prohibición ignora por completo la naturaleza de los cárteles de la droga, desde su capacidad organizativa hasta sus particularidades como negocio. Para atestar golpes más efectivos debemos comprender a las mafias de narcotraficantes como empresas más que como organizaciones delictivas de enorme poder. La primera gran omisión que fortaleció a los cárteles mexicanos fue la absoluta ignorancia de la adaptabilidad del sector y de su capacidad para establecer rutas de contrabando con nuevos agentes. En la década de los ochenta y principios de los noventa la mayoría de la cocaína arribaba a Estados Unidos por el caribe, entrando por Florida. El cierre de esa ruta desplazo el tráfico hacia México: el actual tercer aliado comercial de la potencia norteamericana, con una población de más de cien millones de habitantes y con quién comparte más de dos mil kilómetros de frontera ¿Resulta conveniente cerrar la ruta del caribe para desestabilizar a nuestro país cuyo peso regional es innegablemente superior? En este periodo los cárteles mexicanos pasaron de intermediarios a protagonistas en el tráfico de drogas regional: en 1991 50% de la cocaína de EEUU entraba desde México, para 2004 el 90%. El Plan Colombia fue otra medida que no previó las implicaciones regionales de la guerra contra las drogas. El desmembramiento del Cártel de Cali y el de Medellín creó grupúsculos de traficantes que fortalecieron a sus contrapartes mexicanas más poderosas y mejor organizadas. Los cárteles colombianos dependen de la cocaína, los narcotraficantes mexicanos producen metanfetaminas, heroína y mariguana por lo que su mercado está mucho más diversificado. Geográficamente los precios de los productos aumentan según se aproximan a su destino final: un kilo de cocaína en Colombia cuesta $1,200 dólares, en Panamá $2,300, en México $8,300 y en EEUU según la distancia con México puede costar entre $15 mil y $80 mil dólares. Por ello siempre habrá agentes en la cadena de tráfico, los que mueran o sean arrestados son reemplazados. Entre el 50 y el 65% de los ingresos netos de las mafias mexicanas provienen de la mariguana, una droga que prácticamente se encuentra legalizada en EEUU bajo un esquema muy flexible de uso medicinal y que ha posicionado a nuestro vecino del norte como el primer productor mundial. Legalizar la mariguana sumada a una mayor apertura a la ruta del caribe lograría mermar significativamente los masivos márgenes de ganancia del narcotráfico en México. Además acabaría con el control que estas organizaciones ejercen sobre la mariguana que producen domésticamente, lo que asegura un abasto más continuo y genera ganancias que no representa costos con otras mafias. De acuerdo al Wall Street Journal en un operativo en la Ciudad de México se encontró un desglose de las ganancias de un cartel: el kilogramo de cocaína lo compran a sus contrapartes colombianos por $3,500 dólares, se vende en México en $8,200 dólares y la ganancia neta del cártel era de $18 millones. Hasta que nuestras autoridades no conciban al narco como negocio esta guerra continuará encaminada hacia el fracaso.
jueves, 21 de enero de 2010
La Tragedia Regresa
Este ha sido un sabático de prácticamente un mes y no ha sido fácil. Muchas cosas debían corregirse antes de poder continuar con este proyecto, con este viaje a ninguna parte que está más preocupado en el medio que en el fin. Muchas cosas han pasado desde finales del 2009 y ha llegado la hora de volver a propagar el debate y el pensamiento crítico. A los que leen –los retornantes y los nuevos- los invito a que se den un clavado a los contenidos de este blog cuya vigencia he tratado de blindar contra el frenesí imperante de estos tiempos. Bienvenidos de vuelta a La Tragedia de lo Común.