miércoles, 7 de julio de 2010

Las alianzas y el integrismo

El nacionalismo en México se convirtió en una parte fundamental de una cultura política integrista que buscaba homogeneizar a una nación que, contradictoriamente, siempre ha gozado de un enorme pluralismo. El culto a los rituales patrios (desde el himno nacional hasta los mitos históricos como los niños héroes) se convirtió en pieza clave de los mexicanos, un pueblo cuya evolución histórica se vio mutilada por el monopolio de la visión de los triunfadores. Nuestro pasado conservador quedó en el olvido, satanizándose al punto del delirio. Pocos mexicanos tienen conocimiento de Lucas Alamán, uno de los pensadores conservadores más importantes de nuestra historia, lo que resulta reprobable y preocupante. Así nos criamos como pueblo, bajo los cánones “idealistas” del integrismo, que sólo perseguían fines pragmáticos. Con la alternancia el integrismo se fragmentó, tribalizando a nuestro pensamiento político bajo las burdas clasificaciones de “buenos” y “malos” (las cuáles pueden variar según la filiación político-ideológica). Esto se refleja en la inercia hacia la confrontación de nuestra clase política, cuyo integrismo, acompañado por un dogma hacia las unicidades programáticas, ha estancado el debate y la acción legislativa. Por ello argumentan (PRI, PAN y PRD) que sus diferencias ideológicas son irreconciliables, ya que cada uno está en “lo correcto” y la fuerza política contraria no tiene nada más que aportar medidas nefastas y lúgubres para nuestro país. Esto resulta delirante e ilusorio, y condena a nuestra clase política y a buena parte de la ciudadanía a un entendimiento sui generis de la democracia y sus prácticas. Este modelo busca repartir el poder de manera pacífica y se basa en dar sustento una pluralidad que sólo puede rendir resultados por medio de acuerdos. Las recientes alianzas entre el PAN y el PRD son un atentado contra esa visión integrista que nos ha dominado desde hace siglos, y sus principales críticos representan los polos más extremos del espectro ideológico en México (léase Beatriz Paredes, Andrés Manuel López Obrador y Vicente Fox). Pero los resultados de éstas reflejan el error de los dogmáticos defensores de la inamovible polarización: el Revolucionario Institucional perdió tres grandes estados para intercambiarlos por tres pequeños. Oaxaca, Sinaloa y Puebla representan el 11% de la población nacional y el 7.1% de la actividad económica del país; mientras que Aguascalientes, Tlaxcala y Zacatecas representan sólo el 3% de la población total y el 2.7% del Producto Interno Bruto. El triunfo PAN-PRD es una victoria no sólo sobre el PRI sino también sobre el integrismo dogmático que ha empañado el accionar político desde la alternancia en el año 2000. La mezquina e infudamentada confrontación entre el obradorismo y los panistas perdía por completo un hecho muy real para nuestro sistema de partidos: que el rival a vencer es, era y será el PRI, la fuerza predominante por más de ocho décadas en varios estados y cuyo dominio casi absoluto bloqueaba de facto la conformación de un sistema competitivo y alternante en México. Ahora queda por verse lo que los tres gobiernos de coalición harán en sus estados, sabremos cuál fue el alcance de las alianzas y como éstas se plasman en la conformación de una agenda política de derechas e izquierdas. Sin embargo lo logrado es de aplaudirse, es un claro distanciamiento de aquél integrismo que ha paralizado a nuestro país. Y es una señal muy esperanzadora de que hay sectores de la clase política que se están alejando del radicalismo confrontacional para adaptar el pragmatismo democrático. Esperemos que este experimento logre prosperar.

jueves, 1 de julio de 2010

De vuelta a la guerra contra el narco

El asesinato del candidato a la gubernatura de Tamaulipas Rodolfo Torre Cantú y la reacción presidencial que le siguió me recordó profundamente a un artículo que escribí a mediados de marzo titulado La guerra contra el narcotráfico: una reflexión. He decidido que ante la coyuntura algunas de esas palabras deben ser rescatadas del olvido. Espero que ayude a nuestra delirante clase política a salir del trance en el que se ha encontrado y sepa cuáles son sus verdaderos enemigos:

El narcotráfico y la delincuencia organizada son un problema real cuya evolución histórica es demasiado compleja para caer en reduccionismos acusatorios. Esta es la postura que ha adaptado la oposición, en particular y muy gravemente la izquierda. Resulta vital que la izquierda promueva una agenda social para hacer frente a la inseguridad, como programas de educación y empleo para jóvenes en zonas dónde se presenten los índices más altos de sicariato. La actual administración es de derecha y ha hecho algo muy acorde con su naturaleza histórica: el uso de la coerción. Es innegable que es necesario el uso de la fuerza para hacer frente al narcotráfico, pero la condena poco propositiva de la oposición (que no quiere “ensuciarse las manos”) condena a esta guerra a una brutal miopía operativa. Parte de vivir en un sistema democrático es que las corrientes ideológicas tienen la libertad de implementar políticas acordes, lo que sumado a la pluralidad debe traducirse en medidas que ataquen los problemas por diferentes flancos. La fuerza de la derecha resulta vital para atender el problema inmediato, los grupos de traficantes violentos que se dedican al homicidio, a la extorsión y el secuestro. Las medidas progresivas y sociales deberían hacerse presentes para dar soluciones al mediano y largo plazo, las políticas de educación, de apoyo para el empleo y las relacionadas a la lucha contra la disparidad y la exclusión. La oposición en México (más allá de la ideología) tiene una cultura de confrontación dogmática con la fuerza política en el poder, lo que está resultando en un manejo monopólico de la agenda pública. Es irresponsable asumir que, en democracia, las fuerzas políticas pueden abstener su involucramiento en los grandes problemas nacionales. Es una práctica nociva y reprobable.

La guerra contra el narcotráfico no puede seguir así. Debemos responsabilizarnos colectivamente con el problema la sociedad, los gobiernos y los partidos políticos para darle solución. Y eso requiere de una conjunción de medidas que le conciernen a todos los actores y a todos los espectros ideológicos. Este es el único país que tenemos, no hay otro. Y debemos responsabilizarnos con él.